miércoles, 29 de enero de 2014

LAS BIENAVENTURANZAS



En aquel tiempo, el ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:
 
Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz porque ellos se llamarán "los hijos de Dios". Dichosos los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Mt 5, 1-12
 
1.- Jesús anuncia que el Reino pertenece a los pobres, a los hambrientos y a los que lloran, por eso son dichosos, o bienaventurados. Declara las paradojas como si fuera un nuevo Moisés que desciende del Sinaí revestido de autoridad. Así proclama el nuevo proyecto de Dios sobre su pueblo, que son «palabras de vida» (Hech 7,38).
 
Las cuatro primeras Bienaventuranzas son una proclamación de la inminencia de la llegada del Reino, siguiendo la declaración de Is 61,1-2 de la intervención liberadora de Dios sobre los pobres, hambrientos y afligidos al final de los tiempos. Copian la corriente del Antiguo Testamento de que Dios sale en defensa de los que sufren, transforma su penosa situación y les regala una vida llena de gozo. Jesús anuncia la buena noticia del cambio en el espacio de los marginados y, por consiguiente, les crea una esperanza de salvación. Y dicho anuncio lo ratifica con su conducta, cuyo estilo de ser es una verdadera revelación de la bondad salvadora de Dios. Lo que se advierte en las cuatro Bienaventuranzas es la nueva disposición de Dios que recrea para bien la situación de los que sufren por cualquier causa.

2.- La primera exigencia del Reino es la misericordia (5ª). Dios se presenta misericordioso con los necesitados y con los pecadores y esta conducta divina determina los comportamientos de los justos y constituye una de las actitudes fundamentales de Jesús que simboliza la presencia del Reino. Usa de la misericordia con los publicanos, con los enfermos y los pecadores. Por eso afirma su prioridad sobre el sacrificio e identifica la relación de amor de Dios con los hombres. 
 
Los limpios de corazón (6ª) recuerdan a aquellos que colman la profunda aspiración del creyente judío de estar purificado de toda idolatría para mantener una relación íntegra con Dios en contra del formalismo y la impureza. De ahí la promesa del encuentro definitivo con Dios: «verán a Dios», no de contemplación estática, sino de comunión de vida. El acceso a Dios es el final de la sintonía, no exenta de opacidades, que sucede en el tiempo entre Dios y el creyente, tanto en la oración personal, como en la oración en común en el templo tributándole el culto debido.
            Bendito es quien favorece la paz y el amor (7ª). La paz, como don de Dios y como quehacer humano, junto con el amor y el honor debido a los padres, es una condición de cuando se inaugure por completo el Reino de Dios, que permanece en el mundo futuro, y es allí donde se revelará la dimensión filial por la que todo viviente participará de la vida propia de Dios. Por eso los que trabajan por la paz, en cuanto actividad divina, «se llamarán hijos de Dios».

            3.-  La persecución por la justicia o por cualquier causa reproduce la misma condición de sufrimiento que la de los pobres, los hambrientos y los que lloran (8ª-9ª). Sin embargo se expone aquí el futuro para unos cuantos cuyo sufrimiento se les retribuirá al final frente al presente de la pobreza. La causa de la persecución es la fidelidad a Jesús; como él fue rechazado, también lo son sus discípulos. Pero es preferible esta situación límite, que Mateo apostilla «con falsedad», antes que el halago, pues como Dios resucitó a Jesús, también puede cambiar a su discípulo la desdicha en dicha, la pena en alegría. Otra vez las circunstancias se invierten, pero sin revancha por parte de los perseguidos sobre sus perseguidores. El gozo interior que entrañan estas experiencias negativas proviene de la conciencia de que Dios les va a recompensar y no del valor que comportan dichas incomprensiones: «Saltad entonces de alegría, que vuestro premio en el cielo es abundante» (Lc 6,23).
 
Francisco Martínez Fresneda, OFM
           

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