Nuestra Orden tuvo su origen en la inspiración del
Señor, infundida a Francisco de Asís, para vivir en la
Iglesia según la forma del santo Evangelio. La Madre Santa Clara, plantita
del mismo Padre San Francisco, compartiendo con él esta misma vocación,
nos la transmitió. Por eso nuestra familia, que se denomina "Orden de Santa Clara" o también "Orden de las Hermanas Pobres" y
constituye la Segunda Orden Franciscana, consagrada a la vida enteramente
contemplativa.
Nuestra regla esta enraizada en el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; es la buena noticia del misterio de la
salvación, la revelación de Dios uno y trino en el misterio de
Cristo, Verbo Encarnado, cuya imagen estamos predestinadas a reproducir.
Del mismo Cristo, principio y plenitud de toda la creación y redención, da
testimonio el Espíritu en las Sagradas Escrituras, tanto del antiguo como
del nuevo Testamento. Por tanto, toda nuestra forma de vida debe consistir
en "observar perpetuamente el santo Evangelio que firmemente prometimos",
según el espíritu de la primera bienaventurada, María, la Virgen Madre, y
de todos los que han creído.
Ahora bien, para San Francisco y Santa Clara la
vida "según la perfección del santo Evangelio", que constituye la índole
propia de nuestra Orden, es la misma persona de Jesucristo, que nos llamó
y nos dejó el mandato de vivir en memoria suya. Se humilló a sí mismo
hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Y después de pasar
de este mundo al Padre, nos dio el Espíritu en plenitud y al final de los
tiempos hará de nosotras un reino para su Padre, "para que Dios sea todo
en todo".
Esta experiencia de Jesucristo, que vive en nosotras
como "esperanza de la gloria" y es la fundamental y suma perfección
evangélica, se realiza en nosotras, peregrinas en este
mundo, "en forma de santa unidad y altísima pobreza, siguiendo las huellas del mismo Cristo y de su santísima Madre".
La experiencia contemplativa de San Francisco y de
Santa Clara nace del encuentro admirativo con el amor sorprendente y
gratuito de Dios, encarnado en Cristo Jesús, que se hizo pobre para que
nosotros fuésemos ricos. Conocedores humildes y agradecidos de la
inmensidad de tal don, se entregaron a la acción del Espíritu del Señor
que hizo de ellos habitación y morada de Dios trino.
Mientras el bienaventurado Francisco vivió, por
inspiración del Espíritu Santo, la dimensión contemplativa y apostólica de
la vida evangélica, la bienaventurada Clara, juntamente con sus hermanas,
depositando la Palabra en el corazón y el corazón en Dios, eligió para sí,
como forma peculiar de vida, testimoniar principalmente a Cristo dedicado
a la contemplación en el monte, a solas con el Padre que se complace en
Él.
Ese mismo Espíritu Santo, haciendo de Clara su
esposa, la condujo, en Cristo Jesús, a la
comunión con el Padre.
Como María llevó materialmente en su cuerpo a Jesús, así
también nosotras, siguiendo sus huellas, de manera especial las de su
humildad y pobreza, lo llevaremos espiritualmente en un cuerpo casto y
virginal, conteniendo a aquél en quien todo se mantiene.
San Francisco, habiendo encontrado el tesoro
evangélico, "lleno del Espíritu del Señor, exclamó: Esto es lo que quiero,
esto es lo que busco, esto es lo que deseo hacer desde lo más íntimo del
corazón", y "con ardiente anhelo buscaba al Amado".
De igual modo, Santa Clara se transformó totalmente en
imagen de la misma divinidad por la contemplación de Cristo y nos mostró
el mismo camino, exclamando, a causa del desbordante anhelo y amor del
corazón: "Atráeme; correremos, a tu zaga, al olor de tus perfumes, oh
esposo celestial! Correré y no desfalleceré hasta que me introduzcas en la
bodega.
Santa Clara que animaba a
sus hermanas "a alabar a Dios cuando vieren los árboles bellos, floridos y
frondosos, lo mismo que a los hombres y las demás criaturas", procuraremos
también nosotras que todo nos mueva al amor divino, alegrándonos en las
obras de las manos del Señor e intuyendo, por el encanto de lo
contemplado, la razón y la causa que lo vivifica.
San Francisco y Santa Clara, siguiendo a
Jesucristo, "camino, verdad y vida", se contentaron con sólo Dios. Ninguna
otra cosa desearon, ninguna otra cosa quisieron, ninguna otra cosa les
agradó ni deleitó sino "nuestro Creador, Redentor y Salvador, solo
verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, total bien, verdadero y sumo
bien".
La pobreza franciscana, más allá de la renuncia a las
posesiones terrenas, es manifestación de la plena confianza de los hijos
que se entregaron al Padre.
La clausura es nuestra opción eclesial de vivir
como María escondidas con Cristo en Dios, dedicándonos sólo a Él en la
totalidad del amor.
La clausura es también para Santa Clara una dimensión
de altísima pobreza por la que se fija un límite dentro de los muros de
San Damián. Participa verdadera y propiamente del misterio pascual de
Cristo y de la Iglesia. Las hermanas, al abrazar la vida contemplativa,
ponen en práctica, de modo más perfecto y de forma singular, un elemento
esencial de toda vida cristiana.
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EL TRATO CON DIOS |
Debe prevalecer siempre en nuestra vida aquel
encuentro de amor en el que Dios mismo toma la iniciativa y, acomodándose
a nuestra pequeñez, nos abre el camino de su conocimiento. En virtud de
este encuentro, aceptamos con gozo el verdadero sentido de no poseer nada
y llegamos a la intimidad de la comunión de amor con Aquél que "se nos
ofrece como a hijos".
"El espíritu de la santa oración y devoción al cual
deben servir todas las cosas temporales", que mantiene la íntima relación
entre el Esposo Jesucristo y la esposa entregada totalmente a Él, se
alimenta especialmente con aquellas formas de oración que constituyen la
fuente y la cima de nuestra vida: la celebración de la Eucaristía, la
Liturgia de las Horas y la oración personal.
Este encuentro contemplativo con Jesús se prolonga
en nuestra vida cotidiana: en la pobreza, en el trabajo, en la sencillez
de vida, en el dolor, en los acontecimientos, en las relaciones con las
personas e, incluso, con las criaturas irracionales. Es decir, todo debe
proporcionarnos la ocasión de mantener y fomentar "el espíritu de oración
y devoción".
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NUESTRA ORDEN
(Extractos de la Regla de Santa Clara)
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