En este tercer domingo de cuaresma el papa Francisco rezó en ángelus
desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, ante
miles de fieles allí reunidos.
“El evangelio
de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, que
sucedió en Sicar, junto a un antiguo pozo en el que la mujer iba cada
día para buscar agua. Aquel día Jesús, sentado y cansado por el viaje la
encontró. Él enseguida le dijo: 'Dadme de beber'. De esta manera superó la
barrera de hostilidad que existía entre los judíos y samaritanos y
rompió el esquema de prejuicios contra las mujeres. El simple pedido de
Jesús es el inicio de un diálogo franco mediante el cual él, con gran
delicadeza entra en el mundo interior de una persona a la cual, según
los esquemas sociales, no debía ni siquiera dirigirle la palabra.
Entretanto Jesús lo hace. Jesús no tiene miedo y cuando ve a una
persona no se queda atrás porque la ama, nos ama a todos, non se detiene
nunca delante de una persona por prejuicios. Jesús la pone delante a su situación, no juzgándola sino haciéndola
sentir considerada, reconocida y suscitando así en ella el deseo de ir
más allá de la rutina cotidiana.
Aquella sed de Jesús no era tanto sed de agua, sino de encontrar un
alma que se había vuelto árida. Jesús tenía necesidad de encontrar a la
Samaritana para abrirle el corazón: le pide de beber, para poner en
evidencia la sed que había en ella misma. La mujer queda tocada por este
encuentro: le dirige a Jesús aquellas preguntas profundas que todos
tenemos adentro, pero que con frecuencia ignoramos.
También nosotros tenemos tantas preguntas para plantear y que no
encontramos el coraje de dirigírselas a Jesús. La cuaresma es el tiempo
oportuno para mirarnos adentro, hacer emerger nuestras necesidades
espirituales mas verdaderas y pedir la ayuda del Señor con la oración.
El ejemplo de la Samaritana no invita a expresarnos así: “Dadme aquella
agua que me quitará la sed por la eternidad”.
El evangelio nos dice que los discípulos se quedaron maravillados de
que su Maestro hablara con aquella mujer. Pero el Señor es más grande
que los prejuicios y no tuvo temor de detenerse con la Samaritana. La
misericordia es más grande del prejuicio. Y Jesús es enormemente
misericordioso.
El resultado de aquel encuentro junto al pozo fue que la mujer quedó
transformada: 'Dejó su ánfora' con la cual iba a buscar el agua y corrió
a la ciudad a contar su experiencia extraordinaria: 'He encontrado un
hombre que me ha dicho todas las cosas que he hecho. Ojalá sea el
mesías'. Está entusiasmada. Fue a buscar el agua del pozo y encontró
otra agua, el agua de la vida de la misericordia que salpica vida
eterna.
Ha encontrado el agua que siempre había buscado. Corre al pueblo, a
aquella población que la juzgaba, condenaba y la repudiaba. Y anuncia
que había encontrado al mesías. Uno que le ha cambiado la vida, porque
cada encuentro con Jesús nos cambia la vida: siempre es un paso más
cerca de Dios. Así cada encuentro con Jesús nos cambia la vida. Siempre
es así.
En este evangelio encontramos también nosotros el estímulo de 'dejar
nuestra ánfora', símbolo de todo lo que aparentemente es importante,
pero que pierde el valor delante del “Amor de Dios”. Todos tenemos una, o más de una. Yo les pregunto y me lo pregunto
también a mi: ¿Cúal es esa ánfora que nos pesa. Esa que los aleja de
Dios, dejémosla aparte y con el corazón escuchemos la voz de Jesús que
nos ofrece otra agua: el agua que nos acerca al Señor. Estamos llamados a
descubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana
iniciada en el bautismo.
Y como la Samaritana debemos dar testimonio a nuestros hermanos de la
alegría, la alegría del encuentro con Jesús. Porque como les he dicho,
cada encuentro con Jesús nos cambia la vida, y también cada encuentro
con Jesús nos llena de alegría, esa alegría interior que viene. Así es
el Señor. Y contar cuantas cosas maravillosas sabe hacer el Señor en
nuestros corazones cuando nosotros tenemos el coraje de dejar aparte
nuestra ánfora".
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